
foto: ©Francette Levieux
Por Prof. Mag. Lucía Chilibroste
¿Por dónde empezar, si se quiere hablar de Maurice Béjart (1927-2007)? Bailarín, actor, creador de obras de teatro, de óperas, escritor de novelas, un diario personal y una obra de teatro, director de ópera, teatro, cine y danza …pero por sobre todo, coreógrafo. Dedicó su vida a la danza y es sin duda uno de los más importantes coreógrafos que dio el siglo XX.
Extravagante en sus puestas en escena, la música podía ser de la India, Mozart, Matos Rodríguez o Queen, las escenografías estar hechas por Dalí, y el vestuario por Jean Paul Gaultier o su gran amigo Gianni Versace. Y como si esto no fuera suficiente que bailaran figuras de la talla de Rudolf Nureyev, Vladimir Vasiliev, Maya Plisestkaya, Sylvie Guillem o Jorge Donn. Nada le era poco para sus obras.
UN POCO DE HISTORIA.
Quiso ser tenor, director de orquesta, actor, torero. Y eligió la coreografía. Tal vez porque le permitía reunir todas las pasiones en el escenario o, según él, era lo único que sabía hacer.
Nacido el 1 de enero de 1927 queda huérfano de madre a los 7 años. Inició sus estudios de danza en su Marsella natal influenciado por su padre, el profesor y filósofo Gaston Berger. Continuó en Paris y Londres. Bailó con el Roland Petit's Ballets de Paris, el Mona Inglesby's International Ballet y el Cullberg Ballet.
A los 28 años se iniciaba en la coreografía. Habiendo fundado en París junto a Jean Laurnt su primera compañía, Ballets de l’Etoile que luego pasaría a llamarse Ballet Théâtre de París (1953-1959), se contactó con Pierre Shaffer, considerado padre de la música concreta e incursionaba en esa área. Y en 1955 va a llamar la atención como coreógrafo con Symphonie pour un homme seul, con música del propio Schaeffer y Pierre Henry sobre un hombre moderno que se ve atrapado entre la tecnología, el sexo y otras fuerzas desconocidas que tratan de manipularlo mientas el lucha por escapar. Con una técnica clásica estaba creando el primer ballet coreografiado con música concreta. A su estreno asistieron sólo 50 personas (mas tarde batiría un Record Guinness por la asistencia de 160.000 espectadores en París para ver 1789 et nous).
Tras esta impactante y revolucionaria obra, desde Bruselas se le invita para que presente una coreografía. Llegará con Le sacre du printemps (1959). Creada sobre una partitura de Igor Stavinsky, abandona la idea original de la corografía de Nijinsky de una mujer sacrificada por la de una pareja (Tania Bari y Patrick Belda) que elige salvar su tribu a través de un ritual de copulación y muerte. Tan aclamada como criticada, va a marcar el inicio de su desenfrenada carrera y le va a significar la invitación de Maurice Huissman para instalarse en el teatro Real de la Moneda de Bruselas
Béjart en Bruselas fue sinónimo de Ballet del Siglo XX (1960-1987), nombre que puso a su compañía. Obsesionado por hacer de la danza, al igual que el cine, el arte del siglo XX, la revolucionó completamente cambiando sus temáticas, vestuarios, músicas y haciéndola masiva a un nuevo público. Fue esta su gran época dorada, con continuos éxitos, que comenzaron ya en 1961 con uno de sus más famosos trabajos, Bolero, con música de Ravel. “Comencé a vivir a la edad de los 33 o 34 años” decía respecto a este período.
Pero en 1987, por un conflicto con su posterior director, Béjart decide trasladarse a Suiza y crear el Béjart Ballet Lausanna (BBL). Hasta 1992 fue sólo un cambio de nombre y sede, pero a partir de esa fecha, año en que muere Jorge Donn, su gran bailarín, inspiración y amor, se va a marcar un punto de inflexión. Sintiéndose un tanto cansado de los grandes espectáculos diseñados para gigantes salas, va a querer marcar una renovación reduciendo a la mitad su cuerpo de baile, quedando en unos 35. Decía que con esto buscaba “encontrar la esencia misma de la interpretación”. Será una renovación que dará como resultado una gran cantidad de producciones sin ruptura en el tipo de trabajos que presenta.
En el 2002 va a probar suerte con una compañía paralela, la Compañía M. Financiada por él mismo la va a crear especialmente para los jóvenes egresados de su escuela experimental Mudra, para quienes también crea el ballet Mère Teresa et les enfants du monde, el cual logró ser presentado en gran parte de Europa. Sin embargo la experiencia pareció no ser del todo exitosa ya que sólo duró 2 años.
Tras cinco décadas de constante creación, en noviembre del 2007 moriría en un hospital de Lausanne, desde donde permaneció dirigiendo hasta el último día de su vida Le tour du monde en 80 minutes la cual se estrenaría en el 2008.
SU OBRA
Béjart se hizo dueño de una marca registrada. Es casi imposible ver una de sus obras y no reconocer que se trata de él a pesar de la gran diversidad que se puede encontrar en sus 250 coreografías individuales y más de 40 ballets completos.
Existen numerosísimas teorías sobre dónde reside el éxito que Béjart tuvo con la audiencia. Muchos coinciden en que la base se encuentra en la combinación de teatralidad con sinceridad, virtuosismo y calidad artística. Pero también radica en cómo revolucionó en un sentido total la danza.
Gran amante del mundo oriental, incorporó la noción de “espectáculos totales”. En ellos va a combinar sobre un mismo escenario ópera, jazz, música en vivo, proyecciones, diálogos o palabras actuadas en diferentes idiomas, acrobacias circenses, kabuki y por supuesto, la danza.
Una danza que partía de una fuerte base clásica a la que luego desarmaba y con la que jugaba a su gusto y antojo combinándola con diferentes danzas tradicionales. Creía que en las danzas tradicionales se encontraba la esencia. Pero no las utilizaba en su “estado puro”, sino que por su perfecto manejo de ambas las encastraba formando un lenguaje único.
En relación a la técnica, vigorosidad e interpretación artística de su compañía, se puede decir que sus bailarines siempre estuvieron al nivel del de las mejores del mundo. Fue un maestro del trabajo grupal. Le gustaba decir: “la coreografía se hace de a dos, como el amor” y que le era imposible pensar en un trabajo en forma independiente de su compañía.
Y a todo este cuerpo de baile se le debe sumar el que los mejores bailarines del mundo, al menos una vez en su vida, hayan viajado para bailar para él sino incorporarse a su compañía. En esta lista podemos encontrar a Rudolf Nureyev, Maya Plisestkaya, Michäel Denard, Susan Farrel, Paolo Bortoluzzi, Mijail Barishnikov, Patrice Beart, Vladimir Vasiliv, Ekaterina Maximova, Sylvie Guillem, Laurent Hilaire, Maïna Gielgud, Marcia Haydee o Jorge Donn.
Sus ballets abordaban temáticas de lo más variadas y eran fiestas de su cosmopolitismo cultural. En su libro Cartas a un bailarín escribe a su bailarín imaginario: “amo los espectáculos que no son ‘obras de arte’ sino fiestas, acontecimientos, explosiones”. Pero son fiestas que apuntan al alma misma del hombre. Y reflejan especialmente su interés por Oriente. Encontramos la influencia de la India (Bhakti -1968-; Raga -1977-; Kurozuka -1988-; M comme Mishima -1993-; Tokyo Gesture -2001-; Tokyo 2002 -2004) y de las civilizaciones que confluyen en el Mediterráneo (Thalassa mare nostrum -1982; Sept danses grecques -1984-; La route de la soie -1999). Su fascinación con Medio Oriente, que lo llevó a convertirse al Islam en el 73 queda también plasmado (Farah -1973-, Golestan ou le jardin des roses -1973-, Pyramide – El nour -1990 y A propos de Sheherazade -1995 ). Y la estrecha relación que tenía con Japón , al punto que el Emperador Hiroito le entregara la “Orden del Sol Naciente”, máxima distinción japonesa que puede recibir un extranjero se ve en varios de sus trabajos (Kabuki -1986; Bugaku -1988).
También esta presente el África. Especialmente con Senegal, de donde provenía su familia paterna (Trois etudes pour alexandre -1987-; Heliogabale -1976-; L`art du pas de deux 2 -1994-; La lumière des eaux -2000). Y con Mozart-Tango (1990) y Che, Quijote y Bandoneón (1999) el Río de la Plata tampoco quedó afuera.
Además de temas folclóricos, abordaba asuntos de la actualidad. Decía: “El ballet no tiene por qué mostrar solamente a príncipes y princesas bellas. Nuestro ballet es muy actual y habla de los que pasa en el mundo”. Entre muchísimos podemos destacar temas como la convivencia del mundo cristiano y musulmán en La media luna y la cruz. La literatura y la filosofía (una gran pasión) aparecen en Zarathoustra le chant de la danse (2005), Rumi (-----). El cine en Mr C... y Crucifixion para Chaplin, La Nuit para Jean-Luc Godard, Ciao Federico para Fellini. Hasta incursiona en temas cómicos policiales al estilo de Agatha Christie como Le concours (1985) sobre un asesinato que ocurre durante una audición.
Temáticas políticas y sociales se hacen presentes en L`oiseau de feu (1964) sobre una especia de ave fénix que al igual que el espíritu de la revolución renace de sus cenizas, en Che, Quijote y Bandoneón (1999) sobre la vida de Guevara, con la bandoneonísta argentina Cipe Lincovsk, entre tantos. Postura política que lo llevó a ser expulsado del Portugal de Salazar por pedir al finalizar una función de Le Sacre du printemps un minuto de silencio “contra todas las formas de violencia y dictadura”.
En 1997 afronta desde una óptica optimista la casi innombrable temática del sida y la muerte, dedicando el memorable “Le presbytere” (también conocido como “Ballet por la vida”) a Freddy Mercury y Jorge Donn, ambos víctimas fatales del sida a sus 45 años y “a todos aquellos que murieron antes de tiempo”. Con música de Mozart y Queen, luces estilo discoteca, camillas de hospital con cadáveres, ángeles con zapatos de plataformas que son televisores con el rostro de Mercury o una pantalla gigante en la que aparece Donn y un vestuario de Versace, este ballet a través de sus 20 coreografías hace un canto a la vida y la esperanza que terminará con “The show must go on”.
También va a re-coreografiar muchos clásicos del ballet, cambiando la estética y a veces hasta la historia como Le sacre du printemps (1959), L`oiseau de feu (1964), Romeo y Julieta (1966), Petrouchka (1977), Casse – Noisette (2000).
Hasta llegó a “coreografiar sus memorias” al igual que un escritor que se sabe enfermo las escribiría, en La vie du danseur racontée par Zig et Puce (2006) con música de los Rolling Stones y Wagner. Cuando le preguntaban cuál era su ballet favorito siempre respondía que sería el próximo
Además, rompiendo con la larga tradición del ballet clásico iniciada por los Ballets Russes de Diaghilev, coreografiaba especialmente para un hombre y no una mujer. Los roles principales eran para hombres, y en su Ballet del Siglo XX eran mayoría. Algo muy poco común.
Rompía también con el clásico al cambiar el vestuario, prefiriendo el jean o las mallas enteras al tul. Le gustaba mucho que el vestuario de sus bailarines resaltara el cuerpo humano. Creía que los tutus, las perlas o las plumas le sacaban la fuerza y pureza que el propio cuerpo tenía y que de por si e irradiaba.
Se jactaba de haber democratizado la danza. De haber sacado el ballet de las salas de ópera para llevarlo a los estadios o los juegos olímpicos con entradas accesibles. Maïna Gielgud ex-bailarina del Ballet del Siglo XX comenta: “Como bailarina clásica pensaba: ‘me encanta esto. Es divertido, es duro, es interesante, pero en este mundo no es muy serio’. Pero cuando vi a Maurice Béjart y lo mucho que tenía que decir, y su capacidad de atraer la atención de un público tan amplio, desde los más jóvenes hasta los mas viejos, desde los pobres hasta los ricos, de todas las clases sociales, entonces me dije: ‘Sí, ahora la danza es mi vida. Porque esto es importante”. Bailó en todo tipo de espacio público: Zócalo de México, canales de Venecia sobre una “balsa-escenario”, festival de Avignon.
Béjart ya no está pero su legado nos queda a través de todas sus obras así como de su compañía. Solía decir que las últimas palabras de Goethe habían sido “más luz”. Y enseguida agregaba “Las mías serán ‘más danza’”.
PARA CONOCER OTRAS COSAS SOBRE BÉJART:
Entrevista; El Béjart Ballet Lausanne visto por Arantxa Aguirre